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La Historia Secreta de la Selección Colombia: la violencia vs. Italia 90

En medio de la guerra contra el narcotráfico y en el momento más duro y oscuro de la nación apareció la tricolor para darnos esa ilusión llamada Italia 90.

En 1988 la Selección que había sorprendido en la Copa América y había derrotado al campeón del mundo fue invitada a Inglaterra a participar en la Copa Sir Stanley Rouss, en la que Inglaterra, Escocia y Finlandia se prepararían para la Eurocopa de ese año.

Colombia sorprendió a toda la prensa y público europeo al empatar 1-1 con Escocia y vencer 3-1 a Finlandia; y el 24 de mayo enfrentó en el estadio de Wembley, uno de los máximos templos de la religión laica que es el fútbol, a Inglaterra.

Ese día, el día de la mayor prueba que hasta entonces había tenido la Selección que identificaba a todo el país, Colombia empató 1-1 con Inglaterra y toda la tribuna de Wembley se paró de sus sillas para aplaudir a Carlos Valderrama y su séquito.

Para los ingleses fue un partido de otro mundo en el que Bernardo Redín y Valderrama utilizaron la grama del estadio como una mesa de billar para hacer triangulaciones y jugadas llenas de clase, y en el que Higuita hizo cosas que en Inglaterra nunca habían visto: un arquero jugando en la mitad de la cancha, eludiendo rivales y tirando centros al área.

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Andrés Escobar se convirtió en héroe al marcar el gol del empate, y todos los colombianos veían con optimismo el siguiente año en que se jugaría otra Copa América y unas nuevas eliminatorias al Mundial, esta vez para Italia en 1990, una Copa del Mundo a la que se pretendía regresartras ese cada vez más lejano debut en 1962, y a la que no habíamos podido llegar ni siquiera cuando fuimos subcampeones de América.

Cuando Colombia jugó a ser potencia

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Los colombianos por primera vez sentían que tenían un gran equipo y eso los hacía henchirse de patriotismo. Pero ese sentimiento debía ser demostrado con resultados y la clasificación al Mundial, el hecho de estar entre los mejores 24 equipos del mundo, era el objetivo inmediato.

El panorama era positivo. En mayo Atlético Nacional, dirigido por Maturana, había conseguido con su estilo de juego y con la base de la Selección el título de la Copa Libertadores de América. Por primera vez un equipo colombiano obtenía el máximo título de clubes del continente y lo había logrado tras una dramática definición frente a Olimpia.

En el partido de ida el Nacional había perdido 2-0 en Defensores del Chaco y ahora se veía obligado a ganar por dos goles a los paraguayos para llegar, al menos, a los cobros desde el punto del penalti.

El 31 de mayo, ante un Campín lleno y un país entero presenciando por televisión, se jugó el encuentro definitivo. Después de un primer tiempo que quedó 0-0, los preocupados seguidores de Nacional vieron como un autogol de un paraguayo y un cabezazo de Albeiro 'Palomo' Usuriaga empataban la serie.

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El gol definitivo nunca llegó y el título se tuvo que definir en penaltis. Ese día René Higuita se consagró como el máximo ídolo de Antioquia y el arquero que necesitaba la Selección Colombia.

Ante los cobros errados de Alexis García, Felipe Pérez, Gildardo Gómez y Luis Carlos Perea, el arquero antioqueño tuvo que esforzarse por tapar cinco cobros, ¡cinco penaltis!, hasta que Leonel Alvarez anotó el definitivo y el título se quedó en Colombia.

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Los colombianos sintieron que este título, sumado al tercer lugar en la Copa América de 1987, los ponía en un primer nivel entre los países sudamericanos, pero el mal papel en la Copa América realizada en Brasil en 1989 preocupó a todo el mundo que vio la clasificación al Mundial enredada.

Maturana se mostró confiado y planteó que ese torneo era sólo una preparación para las eliminatorias. Antes de que estas empezaran en agosto, el técnico y su asistente, Hernán Darío Gómez, decidieron cambiar la sede de la Selección a Barranquilla. Esto fue tomado como una afrenta más contra Bogotá, tradicional sede del equipo, por varios contradictores de la “rosca paisa”.

Esta descentralización del equipo, sin embargo, fue la clave para completar la integración de lo regional con la Selección Colombia, pues ya el principal símbolo de Colombia no pertenecía a la capital y, además, el equipo era una suma de simbolismos de lo mejor de cada región: el trabajo y superación del antioqueño popular ejemplificado en Higuita y Leonel, la alegría valluna de Redín y Rincón, la fuerza y el coraje de la raza negra chocoana en Perea, y la inteligencia y pausa de Valderrama, nuevo ejemplo de que el costeño no era perezoso.

Pero el camino al Mundial no era fácil, primero había que vencer a Ecuador y al siempre temible Paraguay y luego jugar un partido más con el vencedor de Oceanía.

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El balón en los tiempos de cólera

Una ráfaga de disparos acabó con la vida de Luis Carlos Galán cuando se encontraba en el estrado de una manifestación pública en Soacha el 18 de agosto de 1990, y con él, muchos dicen que murió el futuro de Colombia.

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Fue el tercer candidato presidencial asesinado rumbo a las elecciones de 1990 y el punto más alto del terror del narcotráfico en Colombia.  Fue, además, el detonante de la guerra frontal del estado contra Pablo Escobar, quien estaba decidido a demostrar a costa de las vidas que fueran necesarias que nadie en Colombia podía discutir su poder.

Irónicamente en medio de la mayor zozobra nacional en la historia, comenzaron las eliminatorias rumbo a Italia 90. El 20 de agosto, dos días después del asesinato de Galán y con goles de Iguarán, Colombia venció en Barranquilla a Ecuador y una semana más tarde, el 27, debía enfrentar en Asunción a Paraguay.  

Ese día se unieron dos de los discursos que los colombianos y los medios tenían desde décadas atrás: el terror que era jugar en Defensores del Chaco y lo malos que son los árbitros chilenos.

Paraguay comenzó ganando con su tradicional garra, pero el árbitro chileno Hernán Silva empezó a hacer lo suyo. Primero expulsó a Leonel Alvarez por defenderse de una agresión cuando al menos dos paraguayos deberían haber visto la roja por juego sucio. Luego ignoró un claro penalti sobre Iguarán quien fue mandado a volar por una tremenda patada de un defensor paraguayo.

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Aún así, 'El Guajiro' empató cuando faltaban cuatro minutos para acabar el partido y de esta forma Colombia obtenía un punto de oro para sus aspiraciones.

Paraguay se fue encima a atacar como fuera sin importar si en su embestida algún colombiano quedaba herido. Llegó el minuto noventa y el árbitro no pitó. El reloj marcaba 47 minutos del segundo tiempo, pero Silva parecía estar muy tranquilo.

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Desesperados, los colombianos veían por televisión cómo su equipo trataba de defenderse como podía y cómo el árbitro sólo pitaba faltas a favor de los paraguayos. De pronto, en el minuto 49 Higuita, al tratar de recuperar un balón, derribó a un delantero paraguayo y Hernán Silva no se demoró en pitar pena máxima.

Los jugadores colombianos fueron a protestarle al árbitro y, de un momento a otro, y recordando 1975, la policía y otros individuos entraron al campo a ganar el partido a bolillazos.

Eduardo Niño, arquero suplente, trató de defender a Higuita y salió lleno de moretones. A Iguarán fue imposible alcanzarlo, era muy rápido, pero a Redín un tipo que iba de civil se le tiró encima para golpearlo. El buen jugador colombiano, defendiéndose, le propinó tal patadón a su agresor, que era un reportero paraguayo, que “el embajador colombiano tuvo que convencer esa noche al periodista de que no denunciara penalmente al jugador del equipo visitante” (Arias, Eduardo y Andrés Dávila, Colombia Gol. 1991)

Después de diez minutos de correteos que sólo pudieron ser detenidos por la intervención de las autoridades de la Conmebol, se reanudó el partido. José Luis Chilavert, arquero paraguayo, cobró el penalti que significó el 2-1 e inmediatamente Hernán Silva, considerado entonces y aún por muchos enemigo nacional, terminó el partido más largo de la historia.

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El empate con Ecuador en Quito y el triunfo sobre Paraguay 2 a 1 en Barranquilla dejaron a Colombia dependiendo de una victoria de nuestros vecinos del sur sobre los guaraníes en la última fecha para clasificarse al partido contra Israel que, metido en Oceanía por razones de seguridad, había ganado su grupo.

El milagro ecuatoriano se hizo, vencieron 3-1 a Paraguay, y Colombia se preparó para recibir a Israel en Barranquilla el 15 de octubre. En un partido complicado Colombia ganó 1-0 con gol de Usuriaga.

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El partido de vuelta, realizado en Tel Aviv terminó 0-0, y el 30 de octubre Colombia se clasificaba por segunda vez a un Mundial de fútbol después de 28 años.

Sí, sí, Colombia 

La Selección era Colombia. No importaba que el narcoterrorismo estuviera acabando con Medellín y que las cabezas de los policías tuvieran precio, Colombia estaba en el Mundial de Italia y el mundo nos reconocería por nuestro fútbol y no por nuestros mafiosos.

Llenar los álbumes del Mundial, una costumbre de los jóvenes desde los 70, se convirtió en una cuestión sagrada y el comercio de las láminas, mejor conocidas como “monas” o “caramelos”, recorría todas las calles de las principales ciudades.

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Higuita era figura nacional y un comercial suyo para el refresco Frutiño pasó a la posteridad cuando un niño, al ver a su ídolo en una tienda, decía con asombro “Higuiiiita”.

Empezaron las pollas y, si bien nadie ponía a Colombia entre los cuatro finalistas, sólo los más pesimistas no creían que al menos se podría llegar a segunda ronda. Claro que ese positivismo bajó un poco al conocer que la Selección jugaría en el grupo de Alemania, archifavorito, Yugoslavia, uno de los poderosos de Europa, y Emiratos Arabes, el más débil aparentemente.

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Los días previos al estreno de la Selección vistiendo el tricolor nacional en el evento más importante del año, los medios no tuvieron más tema. La radio no dejaba de entrevistar a los “Héroes de Arica” para que pronosticaran las acciones de Colombia en el Mundial. La cadena Caracol llamó al 'Maestro' Pedernera, primer técnico en clasificar a la Selección a un Mundial, que desde Buenos Aires dijo, con su voz ya de abuelo, que él también estaba emocionado y que llevaba a Colombia en el corazón.

La televisión no se cansaba de repetir los cuatro goles que le habíamos metido a Lev Yashin y hacían especial énfasis en  la frase más recurrente del fútbol nacional durante 28 años: “el único gol olímpico de todos los mundiales es colombiano”.

Bienvenidos al Mundial   

Finalmente, el 9 de junio todo empezó. Era un sábado y a las 10 a.m. todas las calles del país estaban vacías pues los colombianos estábamos pegados desde hacía un rato al televisor escuchando a William Vinasco Ch., “que está narrando con caché”, y a su “compañero-compañero” Adolfo Pérez, los dos locutores que habían cambiado la dinámica de las transmisiones de fútbol por televisión desde 1989 con la OTI, para presenciar, muchos por primera vez, a su Selección en una Copa del Mundo, esta vez frente a Emiratos Arabes.

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En un primer tiempo de angustia, por que no pasaba nada, la gente no reconocía a su equipo que parecía tener miedo escénico. En el segundo las cosas cambiaron y con goles de Redín y Valderrama se consiguió el primer triunfo de la historia en un Mundial y, ante lo malo que había sido el partido, esto fue lo que tituló la prensa.

Mientras tanto, Alemania había aplastado con un 4-1 a Yugoslavia y demostraba quién era la potencia del grupo.

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Al otro día la gente comentó que el Himno que habían tocado antes del partido parecía  todo menos el ¡Oh gloria inmarcesible! del "segundo mejor himno nacional del mundo" y que Iguarán había estado muy lento, pero casi nadie reparó en los 20 muertos en Medellín de la noche anterior tras un nuevo carro bomba que pasó casi desapercibido.

En el segundo partido se cumplió la regla de oro del fútbol colombiano: “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. En un partido en que la Selección Colombia asombró a toda la prensa internacional un remate de Jozic le dio a Yugoslavia el triunfo por 1-0.

Los noticieros de esa noche recordaron el 5-0 de 1962 y consideraron injusto el resultado de ese día. Aunque derrotados, los colombianos vieron orgullosos que su Selección era respetada internacionalmente por su estilo de juego y que la atajada de un penalti realizada por Higuita se había robado el show.

Claro que faltaba lo más difícil si se quería seguir a segunda ronda, empatar o ganarle a Alemania, bicampeón mundial y el equipo que más finales de Copa del Mundo había jugado en la historia.

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Para reforzar el espíritu de tragedia que traía la derrota, porque obligaba a un buen resultado con Alemania, esta vez los periódicos sí tuvieron espacio en primera página para el carro bomba del Poblado en Medellín, que había dejado 4 muertos y 97 heridos pero, eso sí, debajo de la noticia del día: la derrota de Colombia.

El 19 de junio de 1990, con la clasificación muy enredada, salieron a la cancha del estadio de Milán once melenudos jóvenes vestidos de rojo, azul y amarillo a enfrentarse contra los once caballeros teutónicos que venían de una cruzada de 5-1 sobre los Emiratos Arabes.

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Había miedo en el país, incertidumbre, se recordaba con esperanza el glorioso empate con Inglaterra y las uñas se acababan pues todos sabían que de ese partido dependía todo. Era la prueba definitiva para la Selección y para Colombia.

Higuita tendría al frente a dos de los mejores delanteros del mundo, Jurgen Klinsman y Ruddy Voeller, y 'El Pibe' tendría encima la marca de un jugador legendario: Lothar Mattheus.

El primer tiempo fue cerrado, angustioso. La pierna fuerte alemana era  contestada por Leonel, que no se intimidó ante nada. Colombia le había quitado el balón al favorito, que parecía impotente.

Franz Beckenbauer, técnico y leyenda del fútbol alemán, se veía desesperado y para el segundo tiempo dio la orden de ganar a toda costa, por lo que sus tanques salieron a aplastar a esos mechudos desconocidos que venían del "país del diablo".

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El nudo en el pecho de los televidentes y radioescuchas colombianos tenía al país sumido en un silencio sepulcral. De pronto Higuita salió de su arco y le hizo un sombreo a Voeller. El alemán no resistió la humillación y agredió al colombiano. Leonel llegó a defender a su compañero y los insultos pulularon en boca de todos los colombiano que, a través de sus pantallas, trataban de exigirle respeto al alemán.

Colombia se mantuvo ante el ataque de su rival, el empate era el resultado más justo y la Selección era digna de aplauso por su juego y valentía. Faltaban dos minutos, ya no había uñas que comerse, pero de pronto Littbarski se fue solo por la izquierda y, ante la incredulidad de todo un país, anotó un gol para Alemania en el minuto 44 del segundo tiempo.

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Las caras de los jugadores colombianos se confundieron con las de los televidentes en un mar de tristeza: no era justo.

Pero aún quedaba tiempo y William Vinasco dijo para todo el país una de sus frases de filósofo de bolsillo que lo han hecho famoso: "el que pierde un capital pierde mucho, el que pierde un amigo pierde aún más, pero el que pierde la fe y la esperanza lo ha perdido todo".

Todos los colombianos tenemos la imagen televisiva de lo que siguió: Minuto 47. Leonel la quita y se la pasa a Valderrama, éste, que está marcado por tres alemanes, la pasa a Freddy Rincón que está a la derecha; Rincón la devuelve al 'Bendito' Fajardo pero la recibe 'El Pibe', que hace un pase de profundidad y pone a correr nuevamente a Rincón.

El enorme hijo de Buenaventura corrió de frente hacia la portería alemana. El arquero Illgner salió y le cerró perfectamente el ángulo y fue ahí cuando Rincón pateó el balón, que pasó entre las piernas del alemán: GOL.

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Vinasco se quedó sin voz de cantarlo y el narrador Edgar Perea no paraba de gritar "¡Colombia, Colombia!". El país veía como todo su equipo se abrazaba, y los colombianos en su casa hacían lo mismo.

El patriotismo salió de las pantallas de televisión y los radios a las casas, y de estas se desbordó por las calles generando una fiesta nacionalista que no se vivía desde las celebraciones de la independencia a comienzos de siglo.

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Esa noche toda Colombia fue una fiesta. Se le había empatado al mejor equipo del mundo y Colombia había dejado de ser Pablo Escobar y el Cartel de Cali para volverse Carlos Valderrama y la Selección.

Al otro día la prensa no tuvo otra información que no fuera esa. “CLASIFICADOS” tituló a seis columnas El Espectador, mientras en un fulgurante tricolor El Colombiano abría con un “¡Colombia vive! ¡Viva Colombia!”, y El Tiempo en un juego de palabras publicaba en su primera página “¡Colombia encontró su Rincón!”.

Precisamente la columna editorial más respetada del país, la de Hernando Santos, se llamó ese día “Loor a los valientes jugadores” y planteaba lo que representaba la Selección de Maturana en ese momento para el país: “En sus momentos difíciles los países necesitan la inyección de optimismo y confianza que congregue en un solo haz a la masa de sus ciudadanos, comprendidos en ella sus clases alta, media y baja. A negros y blancos. A mestizos e indígenas. En una palabra, la nación entera... Ganar una batalla decisiva en épocas de guerra colma de pasión patriótica a la ciudadanía. Vencer en un partido de fútbol como lo hizo Colombia ayer, repitiendo que el empate fue una victoria, es otro elemento integrador cuya importancia no puede negarse”.

Un país que llevaba dos años hastiado con las bombas del narcoterrorismo festejó con ese empate como no lo hacía desde hace tiempo y, como escribió Santos, “de las montañas andinas a las costas caribeñas; por los valles de las tierras intermedias, solo se escuchó el mismo grito: ¡Arriba Colombia!”. 

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Además, la clasificación representó jugar contra Camerún en segunda ronda, y no contra Italia como se temía, lo que representaba que muy probablemente se podría avanzar más.

Milla, el león que acabó el sueño

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Colombia soñaba con entrar al grupo de potencias del fútbol mundial, pero Camerún era el equipo revelación del torneo. Había ganado su grupo por encima del entonces campeón Argentina, y de URSS y Rumania.

El partido, realizado el 23 de junio, fue difícil para los dos equipos y, a pesar de dos tiros que pegaron en el palo de  Carlos 'La Gambeta' Estrada, Colombia no logró abrir el marcador y en los 90 minutos el partido terminó 0-0.

Roger Milla, un jugador de 38 años en la planilla pero que en realidad podía tener varios más, había entrado para el segundo tiempo y había sido una pesadilla para Luis Carlos Perea.

El empate obligaba a dos tiempos extra de quince minutos cada uno y, si proseguía el empate, una definición desde el punto de penalti. En esto los colombianos se sentían seguros pues ahí estaba Higuita, el campeón de la Copa Libertadores.

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Sin embargo, al empezar la segunda mitad extra Milla dejó atrás a Perea y remató al arco. 1-0 y Colombia ahora debía empatar. Pero unos minutos después sucedió el error que por el más recuerdan los colombianos a René Higuita.

En una de sus acostumbradas salidas del área le pasó el balón a Perea, este, cuando se vio presionado por Milla la devolvió a su arquero y hasta ahí llegó Colombia. Higuita trató de sacar al camerunés que, mucho más recorrido, le robó el balón y anotó el 2-0.

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Al final Redín hizo el 2-1 pero ya era tarde y Colombia fue eliminada del Mundial.

Sin embargo, al regresar al país, a pesar de las críticas contra Higuita, el equipo se dio cuenta que el 'Loco' era el gran ídolo del pueblo colombiano el cual, desde el empate con Alemania y después de la derrota con Camerún, había generado un discurso, un imaginario, que se resume en una frase de Jorge Valdano: "A Colombia le gusta la aristocracia del fútbol", mejor dicho, con los grandes somos grandes y con los chicos, chicos.

Sin embargo, lo realmente importante es que la actuación en Italia 90 había unido al país de una forma inimaginable en un contexto de guerra y narcoterrorismo. Los colombianos encontraron que los triunfos de su Selección eran los triunfos del país y que eran la única forma de sentir que tenían una imagen positiva en el mundo.

La Selección se había vuelto Colombia, para siempre, y nada volvió a ser igual...

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